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Sentarse a cenar en el comedor de la Villa Paralímpica junto a Teresa Perales podría asemejarse a la primera vez que compartes mesa en Etxebarri con una persona del Club Macarfi a la que admiras pero no has conocido todavía. Sabes que la conversación fluirá. Que habrá conexión. Que existen unas posibilidades casi nulas de que la vivencia no se convierta en memorable. Y que pasará directamente al apartado de mejores recuerdos a transmitir en el futuro.
Cualquiera de los 4.400 atletas y deportistas de apoyo que estuvieron presentes en París 2024 son admirables. Pero también son personas que, como posiblemente cualquiera de nosotros, han reaccionado a una desgracia proponiéndose un objetivo ilusionante. Así lo transmiten cuando hablas con ellos. ¿Qué hubieras hecho tú?, preguntan de manera reiterada. Sin esconder que se hundieron en sus inicios. Cómo no hacerlo. Pero que buscaron en el deporte la posibilidad de seguir adelante. Incluso, en algunos casos, con una vida más plena que la que tenían anteriormente.
Macarfi nació hace 10 años con una filosofía, que ha ido ampliándose con el tiempo: comer, y hacerlo en compañía, es una de las experiencias más completas que podemos vivir. Y, en la era de la Inteligencia Artificial, sabemos ya que será una de las cosas que ChatGPT o Gemini no podrán sustituir jamás.
Estar dentro de unos Juegos Paralímpicos supone la misma situación, acrecentada más si cabe porque solo 20.000 personas de los 8.000 millones que pueblan el planeta pueden convivir durante 18 días en el entorno más multicultural y ausente de conflicto que existe en el mundo.
Channel 4, propietaria de los derechos audiovisuales del evento, cambió la percepción hacia estos deportistas en 2012. Por primera vez no habló de discapacidades ni de superación. Y en su campaña ‘Meet the superhumans’ les puso en el escalón que llevaban décadas pidiendo. El de la élite mundial.
Correr con una prótesis, conducir un tándem con un guía siendo ciego o superar los problemas de coordinación que supone una parálisis cerebral se asemejan a innovar en una cocina. Usar lo que tienes de manera diferente al resto. Apostar por productos que en principio no contaban en la alta gastronomía,. Girar una receta clásica para volver a hacerla sorprendente. O apoyarte en tu equipo para completar un proceso que no podrías hacer solo pero que tienes en la cabeza hace tiempo.
De eso te das cuenta cuando pasas casi tres semanas días en el mismo edificio con ellos y ellas. Cuando visitas el comedor junto a países como Vanuatu o Kiribati y te asomas a lo que comen cada día para mantenerse en forma, mientras miran de reojo aquellos muffins de chocolate negro que se hicieron virales (con razón, debo añadir con conocimiento de causa).
Pero también, en esos tiempos muertos entre la llegada y la competición, es cuando descubres que la multimedallista de natación Núria Marqués es fan absoluta de la gastronomía existente en Cataluña. Que Héctor Cabrera, bronce en jabalina en Tokyo 2021, acude siempre que su entrenador lo permite a probar un nuevo restaurante entre Oliva y Valencia. O que David Pineda declara ante TVE después de superar a un velocista francés en el tartán de Saint Denis que va a celebrar su plata con una botella de vino de Ribera del Duero.
Vivir algo único no está al alcance de todo el mundo, pero cada vez es más posible en diversos ámbitos. Las competiciones deportivas y la restauración comparten valores. Hacen felices a las personas con el esfuerzo realizado por un equipo. Donde el chef y el deportista confluyen, como lo hacen el preparador físico y el encargado de las partes dulces de los menús o el guía y el sumiller.
Los Juegos Paralímpicos deberían presenciarse al menos una vez en la vida, como deberían vivirse algunas de las experiencias del Club Macarfi. Y no solamente por el escenario, sino también por la confluencia humana que generan.
En un mundo demasiado rápido y cada vez más dominado por la tecnología, nos quedan las emociones. Y practicar deporte, disfrutarlo como espectador, inspirarse a través de las historias de quienes lo protagonizan, visitar un restaurante que anhelamos durante mucho tiempo, descubrir conexiones en torno a una mesa y degustar lo que un cocinero traslada de su mente a la mesa siempre seguirán siendo propiedades exclusivas de los seres humanos.
Y que, como señalábamos en el titular de este artículo, provocan algunas de las resacas emocionales más extraordinarias que podemos aspirar a vivir.
Por David Blay