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Gaman y Luis Arévalo, Luis Arévalo y Gaman. Hablamos de restaurante y cocinero, de cuando los sueños se cumplen. En este caso los de volar solo, con sus propias alas y asumiendo errores para reponerse de ellos fortalecido. Alegrándose de los halagos y creando en plena libertad. Desde principio de los 2000 en España y tras una sucesión de aventuras en las que fue dejando impronta. De Kabuki a Kena, pasando por 19 y 99 Sushi bar y aquel grandísimo Nikkei 225. Experiencia con razones de sobra para que ahora esté triunfando con ciertas bases, pero sin normas absolutas.
Todo en torno a un gran ser humano por encima de cualquier cosa. Cocinero de vocación tardía que, por suerte para nosotros, no se queda en tierra baldía. El que dícese a sí mismo como cantante frustrado, comilón exagerado y viajero impenitente. Tan impaciente como buen oyente y valiente emprendedor. Contador de historias de la memoria en cada receta. Correcaminos que persigue su propio destino para hacer realidad las emociones.
Cualidades que le llevan a su actual proyecto, un restorán que es mucho más, su pequeño escaparate. Situado en la madrileña Guindalera ofrece una cocina nikkei con un rollo japonés altamente depurado y mucho de peruano del mejor. Y no sólo eso, porque también tiene lo suyo de Tailandia, Corea, China, Indonesia o México. Aquí todo aporta. Creatividad con espíritu viajero, desenfadado y en libertad. Ofreciendo una variada carta y ese menú que es ponerte en sus manos. Una travesía llenita de andanzas. Con sabores chispeantes y combinaciones que, por locas que parezcan, funcionan siempre. Saltando de su chirasi de salmón con salsa de jalapeños, a los ceviches y tiraditos, ese ya mítico sanguche de chicharrón y las piezas de sushi que son joyitas benditas. Con mención especial a unos nigiris de arroz impecable, producto del mejor con aliños que te dejan bien sonado.
Sentarte frente a su barra, pedir un pisco sour y dejar que el momento fluya. Relajarte sabiendo que todo saldrá bien. Observando la seriedad de su semblante. La concentración necesaria para que todo quede a su gusto. Saboreando esa búsqueda que no se cansa de mejorar. Subir escalón a escalón, porque después de cada peldaño hay otro, aunque a veces se oculte. La capacidad de hacer bien a los demás. Y vaya si lo hace. Dando lo más y mejor. Sin rubor.
Por Carmen Martínez de Artola