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Podría, fácilmente, haberle dicho al programa de Inteligencia Artificial que escribiera este artículo. Con diversas indicaciones (número de palabras, temática y asuntos clave como el concepto Guía Macarfi) dispondría de él en apenas minutos. Y, posiblemente, muchas de las personas que lo leyeran no serían capaces de distinguir si fue creado por una mano humana o robótica.
Es evidente que nos encontramos en un cambio de era. Primero, derivada de lo vivido ya hace más de tres años en el inicio de la pandemia. Y, sobre todo, en lo relativo a cómo la mayor base de datos interconectada de la historia de la humanidad podrá incluso sustituirnos en algunos trabajos. Si no lo ha hecho ya en muchos de ellos.
Dijo una vez el periodista Santiago Segurola que el fútbol es materia de conversación. Y, aunque su liderazgo sigue vigente, empieza a perder terreno a medida de que la gente se da cuenta de las implicaciones de lo vertiginoso de lo que estamos viviendo. Y lo comenta a diario.
Lo que no suele cambiar es que esas charlas, sean bidireccionales o multipersonales, se dan en torno a una mesa. Siempre. Difícilmente podemos intercambiar pareceres durante el extenuante ritmo laboral al que estamos sometidos a diario. Y solamente en familia, con amigos o compañeros, encontramos el momento para expresar aquello que nos sorprende. Nos emociona. O nos inquieta.
Con motivo de la presentación del proyecto Macarfi en Valencia, se estableció una cena a la que asistió su fundador, Manuel Carreras. Los componentes de la misma tenían algo en común: suelen comer habitualmente fuera de casa. E incluso podemos ir más allá. Entienden los negocios desde todos los puntos de vista, incluidos los de la innovación y aquellos relativos a las finanzas.
El lugar escogido bien puede representar la tendencia imparable que encontramos casi en cada ciudad mediana del país: locales minimalistas decorados con gusto, cocina a la vista de los comensales, producto de alta calidad, servicio joven pero con experiencia demostrada y sobre todo apuesta por las brasas. Donde caben desde los clásicos carnes y pescados a propuestas más atrevidas.
De ahí surgió la conversación en torno a ChatGPT. Pero también la reflexión de alguien como Manolo que ya ha vivido numerosas disrupciones y casi todas han sido debatidas entre comensales. ‘Esto, comer juntos, degustar una buena cena, escoger un vino que nos sorprenda, disfrutar de la compañía de quienes acabas de conocer, encontrar una sonrisa en un servicio amable, oler y saber que la madera es de castaño o de naranjo y decirle a otros lo que te ha gustado y si vale la pena venir. Pueden sustituirse muchas cosas, pero estas nunca. Y por eso tiene sentido este proyecto’.
Pero no solo lo tiene por ello. Puedes preguntarle a una inteligencia artificial cuál es la mejor manera de enfocar un negocio gastronómico, en qué zona debería estar situado, qué precio medio es el adecuado o si poner mesas grandes o pequeñas. Y, en base a ello, te hará una radiografía de posibilidades. Pero, incluso con todo ese potencial, le será imposible predecir que pueda haber un boom de las hamburguesas, que un bar se ponga de moda solo por un plato aparentemente anodino como las bravas o cómo es posible que un negocio bajo el nombre de un chef con Estrella Michelin no consiga ser rentable.
¿Quién podía prever, pese al ‘carpe diem’ evidente derivado de la época posterior al confinamiento, que el gasto en vino de los clientes se incrementaría de manera tan acentuada? ¿O cómo explicar que, conociendo la incidencia de la inflación desde antes de verano de 2022 y las malas previsiones económicas previstas para 2023, sea casi imposible encontrar una mesa los fines de semana en la mayoría de las grandes urbes españolas?
Leyó hace menos de un año la periodista Julia Otero en su programa de radio artículos que se referían a cómo las máquinas quitarían el trabajo a los seres humanos. Pero, en contra de lo que se pueda pensar, databan de periódicos en papel del siglo XIX, en plena Revolución Industrial en España. Momento desde el cual cada vez ha habido más empleo y una riqueza creciente.
Podemos creer que, en ausencia de condiciones que sean consideradas aceptables por aquellos que quieran trabajar como camareros, sumillers, jefes de sala o cocineros, estaríamos a las puertas de que esos robots que ya hemos visto en algún restaurante se generalicen en pocos meses. Y sin embargo, la realidad es que hay quien visita un bar no solo porque sepan qué quiere cada día sin siquiera tener que preguntarle, sino también porque puede iniciar una conversación personal que acaba derivando en un vínculo indisoluble.
Todos los cambios sociales drásticos han dado un giro a la forma de vivir, desplazarse o incluso disfrutar del tiempo. Pero en ninguno de ellos se ha visto alterada la forma de comer. Desde el libro ‘Nunca comas solo’ a los recientes anuncios de Coca-Cola sobre las preferencias de estar en una mesa con amigos o en familia, pasando por las propuestas gastronómicas que nos llevan a sentarnos con desconocidos o aquella familia que ahorra durante un año para poder cruzar la puerta de una Estrella Michelin.
ChatGPT puede cambiar el mundo en muchas maneras, pero no nos va a dar la solución para dejar de comer a diario. E incluso aunque lo consiguiera en el futuro, dudo que muchas personas se adhirieran a esta posibilidad. Porque no se trata solo de una necesidad física. Hablamos de construir relaciones. De despejarnos de un día difícil en la oficina. De juntarnos con alguien especial durante un fin de semana. De volver a ver a los seres queridos que viven lejos de nosotros. De descubrir un nuevo sabor o rememorarlo a través de la primera vez que lo experimentamos encontrándolo en la sonrisa de nuestros hijos.
También seguiremos abriendo bares. Incluso aunque den las mismas tapas que se ofrecían hace setenta años. Seguiremos creando conceptos culinarios, ofreciendo baos a cinco euros o platos valorados en 50. Continuaremos queriendo llevar a un amigo a un lugar que nos parece especial, solamente por verle la cara cuando deguste nuestra receta favorita. O pasaremos frío de pie en una mesa tomando un vino, por el simple hecho de poder conversar con quien nos importa.
Para nosotros no existen distinciones. Todo el mundo cabe en la Guía Macarfi. Y ese espíritu no va a irse jamás. Porque la vida se suele recordar por los momentos felices pasados en compañía. Y, cuando miramos en retrospectiva, tengamos 18 ó 75 años, muchos de ellos han sido en torno a una mesa. Con nuestra comida y nuestras personas preferidas.
Por David Blay
Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.