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Hay una generación, la que se sitúa entre el baby boom y los millenials, que fue educada en unos preceptos muy claros: si estudias, tendrás un trabajo. Cuando lo tengas, podrás formar una familia y comprarte una casa. Es prioritario esforzarse al máximo para darles todo lo que necesiten. Y, en el futuro, ya disfrutarás de lo que te has ganado.
Esas mismas personas, como un día confesó el periodista Iñaki Gabilondo durante una entrevista con Risto Mejide, se consideran exitosas laboralmente, sí. Pero, cuando echan la vista atrás, suelen recriminarse dos cosas: no haber dedicado más tiempo (laboral o personal) a aquello que les motivaba y, en demasiadas ocasiones, haberse perdido la infancia de sus hijos.
No es ningún secreto que la pandemia generó un cambio mental grande en muchísima gente. Que, al disponer de tiempo libre para reflexionar, decidieron pasar más tiempo en familia, abandonar sus empleos o dar un giro a los conceptos que los habían llevado hasta ese momento.
Pero donde más claramente han incidido las vivencias de los últimos tres años ha sido, sin duda, en el mundo de la gastronomía. En primer lugar, por el hecho de haberse obligado a sobrevivir en circunstancias tan adversas como los cierres de 2020. En segundo, porque la mano de obra cada vez escasea más. O, mejor dicho, solicita condiciones diferentes a las habituales. Y en un tercer punto porque los y las líderes han comenzado a variar la forma en que siempre se había concebido el trabajo en los grandes restaurantes. Y no solo eso, sino que hablan de ello abiertamente para tratar de que la ola sea lo más expansiva posible.